Media España (la otra media posiblemente tuviera otras cosas más importantes que hacer) se paralizó ayer para ver el partido de fútbol entre el Barcelona y el Real Madrid. Este partido es un hecho social relevante dentro y fuera de nuestras fronteras, la gente enloquece desde los días previos al encuentro, se espera con ansiedad el inicio del duelo. Las penurias de la crisis pasan a un segundo plano, los futboleros de uno y otro lado se retan y apuestan, los no futboleros presencian con curiosidad el desarrollo de los acontecimientos y participando en la fiesta tomando partido por uno u otro equipo según simpatías.
¿Cómo un juego puede despertar tanta pasión? Seguro que hay múltiples estudios sociológicos que lo explican. En el fondo somos muy tribales y necesitamos nuestra tribu para reafirmarnos, necesitamos pertener a un grupo. Los equipos son como ejércitos identitarios, ahora vamos a la guerra sin armas, "hechamos a pelear a nuestros equipos" a ver quien puede más, los utilizamos como azote del otro, lo periférico contra el imperio centralista, el rico contra el pobre. Pero no es solo esto, la gente necesita sus desahogos, sus momentos de relax, momentos de liberar tensiones y el fútbol actúa como esa válvula de escape. Claro, está tan mercantilizado, que sonroja ver los millones que se mueven de espaldas a la crisis y lo que es peor muchas veces de forma opaca. A favor de él podemos decir que también mueve a su alrededor un gran negocio del que vive mucha gente.
Ahora cuando la tormenta arrecia, este duelo a "muerte" en O.K. Corral actúa como bálsamo contra todos nuestros males, unos (los madridistas) pasarán unos días felices antes de decaer nuevamente en la cruda realidad y los otros (los barcelonistas) tras unos minutos de esperanza bajarán a la tierra y se encontrarán con la crisis y sin liga, pero con la ilusión de ganar la Copa de Europa, porque si algo bueno tiene el fútbol es que todo el mundo gana, siempre encontraremos otra ilusión próxima a la que aferrarnos.