Tras escribir sobre "mujeres", me tocaba ahora escribir sobre "hombres". Busqué algo para llevarme a la boca y la verdad es que me fue difícil encontrar alguna historia sobre hombres que me activara. Suelo despertarme muy temprano y pongo la radio, así dormito hasta que el cuerpo me dice ¡arriba!. Era el día de Reyes, como siempre me desperté temprano y puse la radio, bajita y con los auriculares para no despertar a mi cónyuge que dormía plácidamente. Estaban entrevistando a Javier Baeza, Javier junto a Enrique de Castro son dos curas atípicos del barrio vallecano de Entrevías, tan atípicos que les cerraron la parroquia por no ajustarse a las normas eclesiásticas en la Eucaristía. Claro, su fin principal es ayudar a los más desfavorecidos, considerando los ritos como algo secundario, Jesucristo les acompaña en cada acción. Pero mi intención no es contar aquí su biografía que está al alcance de cualquiera en Internet, sobre todo la de Enrique, que además ya ha publicado varios libros.
Lo que me impactó esa mañana de regalos y dádivas fue la entrevista a un joven recién salido de la cárcel que Javier había acogido en su casa, y vivía con el junto a otros chavales, era una historia desgarradora la del chaval, con un mal padre que le daba una paliza un día sí y otro también y que ahora estaría en la miseria más absoluta al salir de la cárcel, abocado nuevamente a delinquir si no hubiera sido por la intervención de estos "ángeles". El chico había tenido sus reyes, un móvil, y contaba sus esfuerzos en enderezar su vida y recuperar a su novia. No se si se me saltaban las lágrimas mientras los escuchaba, pero lo que si es seguro es que fue un gran regalo de Reyes. Rápidamente cogí mi "smartphone" y apunte en mis notas el nombre de Javier Baeza, porque no es la primera vez que me ocurre, que tras seguir dormitando olvido los nombres. Luego, indagando, rápidamente lo asocié a Enrique de Castro, al que sí conocía por sus disputas con la Iglesia y su labor, desconozco si viven los dos juntos o por separado.
Cuando la noche se cierne sobre algunas vidas, encontrar esa mano amiga con el candil que nos ilumina, no tiene precio. Salvar un alma, encauzarla y devolverla a la lucha diaria con ánimos renovados, e ir a por otra y otra, es una labor tremenda. No hace falta irse a países del tercer mundo para ver las miserias humanas que nos rodean que a fuerza de verlas todos los días nos insensibilizan y pasan desapercibidas.
Estos curas, porque los curas siempre son curas aunque los suspendan, desconozco su situación actual, me llevan a recordar a los curas "obreros" del barrio en mi infancia. Eran unas personas extraordinarias, se les llamaba curas "obreros", porque trabajaban generalmente en la construcción, fábricas o donde fuera, a pesar de tener muchos carreras universitarias y después de la larga jornada laborar se dedicaban ayudar a sus vecinos y a predicar y en lo que a los niños tocaba a organizarnos equipos de fútbol y campeonatos los fines de semana. No paraban de hacer el bien, eran unas personas comprometidas con el bien. Estos curas tenían como iglesia la del Coromoto, que consistía en una pequeña habitación con un crucifijo al fondo. Ya embarcado en mi infancia, recuerdo que los equipos de fútbol eran míseros, no como los de hoy donde juegan todos en campos de hierba artificial, teníamos que llevar los palos de las porterías a cuestas hasta el campo, que era un terraplén alejado, muchos de nosotros no teníamos ni botas ni camisetas, solo unas simples zapatillas y una camiseta de invierno de ropa interior que utilizábamos como camiseta de fútbol. Todo esto era para contar, que todos, todos los fines de semana emergía una figura en la banda, era la figura de un hombre bien vestido, grandote, o así me parecía porque nosotros éramos muy diminutos, y poco hablador, creo que era militar, pero no puedo asegurarlo. Todos estábamos acostumbrados a su presencia, lástima que no recuerde su nombre, le llamábamos Don...... porque tenía una pinta de caballero antiguo que para qué. ¿que hacía allí?. tras acabar los partido siempre invitaba a unos refrescos e iba comprando botas de fútbol, camisetas, pantalones etc a los que no teníamos nada, ahora no recuerdo si yo fui uno de los agraciados, cada día a uno, cada día una cosa. Con una sonrisa bonachona se le veía muy satisfecho y feliz, sin pedir nunca nada a cambio. En aquellos momentos no apreciábamos en todas su magnitud sus actos, pero con el paso del tiempo su presencia y actos fueron asentándose en mis recuerdos con enorme cariño y gratitud.
Ojala hubiera más personas como estas, pero no debe ser fácil ser así cuando es tan difícil encontrarlas o están ahí y no sabemos verlas.
"La alegría de hacer bien está en sembrar, no en recoger."
Jacinto Benavente
"La alegría de hacer bien está en sembrar, no en recoger."
Jacinto Benavente