Hay veces que a uno le apetece perderse, perderse en un bosque, en la ciudad o donde sea. Eso mismo es lo que me pasó esta mañana tras una noche de emoción con unos queridos amigos, tras invadirme la nostalgia.
Quise perderme en el Museo del Prado, entre sus salas, contemplando El Descendimiento de Van Der Weyden viendo como sus figuras parecen salirse del cuadro expresando un dolor sobrecogedor. Viendo como sus lágrimas inundan la sala, tan reales, tan húmedas que dan ganas de sacar el pañuelo para enjugarlas. Siempre he sentido fascinación por esas lágrimas, lágrimas contenedoras de sufrimiento porque tal es el realismo que presenta.Contemplando las Meninas donde uno parece poder traspasar el cuadro, introducirnos en la sala y aconsejar al mismísimo Velazquez, qué mejor manera de perderse que trasportarse a otra época.
El día estaba bueno y era festivo, buena ocasión pensé para perderme y aislarme de lo que me rodea. Solo, completamente solo. Ya en el metro noté algo extraño, había mucha gente para la hora y ocasión, malos augurios. Seguí mi trayecto y al salir del metro me encontré en medio de un tropel que caminaba en una dirección única, era la manifestación del Primero de Mayo. Mi gozo en un pozo, acabé perdido donde no quería, en medio de gente irritada por la situación, por la crisis, no la vi crispada, vi mucha resignación, pocos gritos, la gente caminando como ida, todos muy aseados quizá tratando de esconder las miserias de cada día, y por cierto se me olvidaba decir que el Museo estaba cerrado. Mala suerte pensé, aunque hay un refrán que dice "no hay mal que por bien no venga" y así debió ser.
Acabé deambulando en la Cuesta de Moyano comprando un libro de un ilustre del barrio, Góngora, que vivió a escasos metros de allí, en el barrio de Las Letras. ¡Qué poético!. ¡3 euros me costó! rebajado por el uso, ¡qué buena muerte para un libro de poesía!, revendido harto de dar sus letras a todo el que ha tenido a bien pasar sus ojos entre sus páginas.
Es lo que tiene intentar perderse en la ciudad, nunca se sabe como terminará el paseo.
Abrí el libro al azar y para completar el circulo melancólico leí:
Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
Dejóla tan niña,
que apenas, creo yo,
que tenía los años
que ha que la dejó.
Llorando la ausencia
del galán traidor,
la halla la luna,
la halla el sol,
añadiendo siempre
pasión a pasión,
memoria a memoria,
dolor a dolor.
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
D Luis de Góngora y Argote
Volví a casa no como fuí, sufrí unas pérdidas y tuve también unas ganacias, no fue mal negocio.
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